martes, enero 08, 2008

Tabucchi: La línea del horizonte

“…si uno no tiene valor para seguir adelante
nunca entenderá nada., se verá obligado únicamente a
jugar durante toda la vida sin saber por qué”.

Spino a Harpo. Capítulo 15

El aroma que se percibe es marino, pero acaso la brisa que se convierte en caricia arrastra la cierta desolación de la nostalgia. Y probablemente porque se trata de una ciudad vieja o mejor dicho, de lo que sucede en la parte vieja (“histórica”) de una ciudad italiana con puerto, Génova, se aventura a explicar el editor y lo deducirá el lector cuando algunas descripciones coinciden con lo que existe en la capital de Liguria. Pero ante los ojos del escritor italiano Antonio Tabucchi (1943), esta es una ciudad triste, apartada de su trajín vivaracho, de su acuario, de su mar Mediterráneo… no hay el ir y venir de los hombres provenientes de los siete mares, no hay ruido, tan sólo las pisadas de Spino, un médico forense que un día decide comenzar a indagar la existencia de alguien.

Navegar por los veinte capítulos de la novela La línea del horizonte (publicada por primera vez en 1986, bajo el título Il filo dell´orizzonte; la traducción al español es de Joaquín Jordá), de Antonio Tabucchi, no es viajar a la Génova literaria —el autor jamás la nombra, sólo la “induce”— sino adentrarse a los mundos que el escritor ha sabido plantear en novelas como Se está haciendo cada vez más tarde y Réquiem; historias donde el lector participa del engaño literario pero disfruta la magistralidad con que se plantea. Las obsesiones de Tabucchi son los personajes solitarios a quienes el lector va tomando un aprecio muy próximo a lo familiar, porque a través de las páginas los personajes se van completando, se tornan redondos y cuando termina la lectura uno tiene la sensación de haberlos conocido desde siempre. ¿Cómo olvidar al rechoncho periodista que camina por las calles de Lisboa con su bastón en la mano, en la fascinante Sostiene Pereira? Ese es uno de los numerosos méritos del que es considerado el mejor escritor italiano de su generación.

En La línea del horizonte (Anagrama) se cuenta la historia de Spino, un hombre maduro que trabaja en el servicio forense del viejo hospital céntrico, un nosocomio olvidado de las cuentas de las autoridades sanitarias y que sirve únicamente para el depósito de cuerpos. Sabemos que el inmueble es un vejestorio enquistado en una parte poco amable de la ciudad, porque a la salida de su trabajo Spino debe sortear las calles que son más transitadas por inmensas ratas que por las prostitutas que ofrecen sus servicios. Fuera de allí, una vida cómoda, apacible; el forense, ya entrado en años, tiene una novia, Sara, quien le corresponde tanto en la cama como en las terrazas de los cafés, pero no deciden a vivir juntos porque: “…es una lástima que se hayan conocido tan tarde, cuando la suerte ya estaba echada; está segura que con él habría sido feliz; puede que él piense lo mismo, pero para reconfortarla le dirá que no, una cosa es ser amantes y otra cónyuges, lo cotidiano es el peor enemigo del amor, lo tritura” (capítulo 2).

Apenas en el segundo capítulo todo parece indicar que se trata de una novela convencional, burguesa. Ocurren aún cuatro capítulos más que van preparando al lector para la verdadera historia que flota en la superficie de La línea del horizonte. Sí, en el segundo párrafo del capítulo 7 hay una frase contundente: “Spino comienza a fantasear”. No se trata de un maduro que se torna en loco sino de un médico que descubre la necesidad de averiguar la identidad de un cadáver que él mismo ha recibido, ha colocado en el dedo gordo del pie el hilo del que pende la boleta y ha cerrado la gaveta. Es el cuerpo de “…un joven que aparentaba entre veinte y veinticinco años, barba castaña, ojos azules, delgado, estatura media”, pero un desconocido, porque los documentos que se le encontraron eran falsos.

Spino tiene la oportunidad de averiguar, pues finamente es quien tiene acceso al cadáver y a las escasas pertenencias con que lo llevaron. ¿Se interesa en una historia ajena porque nadie reclama el cuerpo del joven? Las pesquisas inician y con ellas, la reconstrucción de toda una historia. Un cura le pregunta al forense: “¿Por qué quiere saber algo sobre él?” y su interlocutor responde: “Porque él está muerto y yo estoy vivo” (capítulo 8).

Después vendrá el viaje que a la vez se trata de una retrospectiva. Spino comienza sus averiguaciones y la etiqueta de la chaqueta lo conduce a un sastre, el sastre a un contable que “tiene el aspecto de quien ha escrito durante toda la vida cartas a países lejanos” (capítulo 12), el contable le ofrece otra pista, una escuela-internado de poca ralea que dirigía la señorita Elvira, una anciana que todo lo guarda y apenas si tiene recuerdos del pequeño Carlito o Carlino… luego la camarera de una panadería, un vendedor de remedios herbolarios, un mensaje esculpido en una lápida y una gaviota que parece hablarle al cada vez más desorientado Spino. Al final, nada o tal vez el descubrimiento de los nexos.

La gran lección que plantea Antonio Tabucchi es que la búsqueda del otro culmina cuando uno se encuentra con la propia historia. Spino descubre la fuerza de los nexos, la presencia que significa sólo cuando observamos y pensamos las cosas. El mundo es una constante lectura de cada mirada.